Me cuenta la profesora chilena Carolina Urbina, de la Universidad de Santiago, que su papá ha puesto en práctica con los nueve nietos que tiene, un hermoso ritual para celebrar el momento en que comenzaron a dominar el maravilloso arte de la lectura. Cuando la nueva nieta que llama a las puertas sepa leer, repetirá de otra vez (y que así sea) la misma iniciativa.
- Un famoso pirata, le van diciendo al aprendiz, te enviará un mapa que te facilitará las pistas para encontrar un magnífico tesoro.
Días después de haberse producido el esperado aprendizaje, llega al buzón de la casa un rollo con un cuero rústico enrollado que contiene un mapa misterioso. Por supuesto que el envío llega con el nombre del niño o de la niña que realizado el aprendizaje de la lectura.
A través de un juego de tarjetas, que el nuevo lector descifrará con los inevitables esfuerzos del principiante, llegará a descubrir un tesoro situado en el mapa enviado por el pirata. Una tarjeta les conduce al lugar donde está escondida otra tarjera que, a su vez, mediante el texto escrito por el abuelo, conducirá al lugar deseado en el que se encuentra el tesoro. El tesoro es siempre el mismo: una botella llena de monedas de un peso.
El ritual suele tener como escenario una playa. Y en ella, con todos los ingredientes de un ritual aventurero, se produce el venturoso hallazgo.
Me ha parecido una hermosa y elocuente metáfora de lo que es la lectura. Una estrategia infalible para descubrir tesoros de incalculable valor.
La familia celebra mediante un rito aleccionador un acontecimiento singular. El niño o la niña han descubierto un secreto lleno de magia. El tesoro podrá variar con el tiempo y la ocasión. Una vez será un viaje alucinante, otra una persona asombrosa, otra una historia deslumbrante.
En cualquier caso, el niño ve que la lectura se ha convertido en una herramienta que le permite entrar en el mundo de la aventura, del descubrimiento del mundo, de la magia.
Con ese invento mágico van a poder abrir cajas de sorpresas, castillos encantados y desvanes llenos de secretos. Con esa llave podrán matar para siempre un monstruo de mil cabezas: el aburrimiento. Porque se puede leer en cualquier momento y lugar, de día y de noche, en el autobús, en el tren, en el metro, en el avión, en el water, en la cama, en un banco del parque… De un plumazo se ha conseguido vencer el tedio. Siempre se puede leer.
Contra tristeza: lectura. Contra aburrimiento: lectura. Contra angustia: lectura. Contra soledad: lectura. Contra ignorancia: lectura. Contra pereza: lectura. Contra abatimiento: lectura.
Me parece estupendo que el marco en el que se produce ese ritual sea la familia. Porque la familia se muestra así una instancia que apoya y celebra los aprendizajes más importantes. Uno de ellos es el de la lectura porque, a través de ella, nos situamos en condiciones de descubrir y de interpretar el mundo.
Pero hay otro enfoque sobre el valor de la lectura que no solo tiene una dimensión individual. La lectura es una necesidad social. Así nos lo recuerda José Antonio Marina en su manifiesto “Elogio de la lectura”:
“La lectura es, ante todo, una necesidad social, de la que va a depender la calidad de nuestra vida y de nuestra convivencia”.
Me preocupa mucho la desafección a la lectura que tienen algunos de nuestros estudiantes. Al comenzar el curso pasado, a dos alumnos que no podían cursar la asignatura de forma presencial, les pedí que siguieran un programa de trabajo que, entre otras demandas, incluía la lectura de cinco libros. Me hizo pensar la petición de uno de ellos. Con cara de sufrimiento, me dijo:
- ¿No nos podría perdonar uno?
La expresión verbal fue significativa. Se “perdona” una falta, un delito, una fechoría. En definitiva, algo malo. Fue también muy significativa la expresión mímica que acompañó la petición. Una expresión que venía a decir: “De esa tortura que nos ha impuesto, ¿no nos podría quitar una parte?”.
Me pregunto qué es lo que pasa con la didáctica de la lectura. Tenemos que revisar nuestros métodos, nuestras actitudes, nuestras formas de evaluar. Algo está fallando. Tenemos que revisar también nuestro hábitos lectores. ¿Leemos nosotros los adultos? ¿Disfrutamos con la lectura?
Ya sé que, como reza el título de un libro de mi amigo Fernando Avendaño, “la lectura ya no es lo que era”. Ahora leemos mucho en internet, podemos llevar nuestra pequeña biblioteca en un i-book, podemos “leer” imágenes en pantallas diversas…
Pero en cualquier caso, se trata de un maravilloso arte que nos pone en disposición de disfrutar hasta el infinito. De una magia que nos permite encontrar magníficos tesoros. Y, puesto que de leer se trata, haré a mis lectores y lectoras una redundante invitación: lean el libro de José Antonio Marina y María de la Válgoma que lleva por título “La magia de leer”. No se arrepentirán. De él se dice en la contraportada: “Este es un libro de magia. La magia mezcla recetas y consejos para lograr encantamientos prodigiosos. Quienes dividen la magia en blanca y negra se equivocan. Olvidan que la magia más poderosa es la del negro sobre el blanco. La escritura, y la lectura, claro, que es su complemento. De ella emergen hadas y dragones, mundos nuevos y mundos antiguos, personajes, historias, sentimientos, leyes, poemas y ecuaciones. El lenguaje transfiguró a la especie humana. Tal vez “La magia de leer” haga lo mismo con usted”.
Suscribo sin ambages el pensamiento d ela Marquesa de Sévigné: “Sin el consuelo de la lectura, fácilmente moriríamos de tedio”. Por eso me ha parecido tan sugerente y tan hermosa la costumbre del papá de Carolina. Enhorabuena y que se perpetúe el ritual a través de muchos nietos y nietas.
Miguel Ángel Santos Guerra
0 comentarios:
Publicar un comentario